Honor al concepto de mujer

 

aedos

Mujer

¿Dónde has puesto los sueños

Que tus manos hilaron

Con los hilos azules

De una azul ilusión?

 

Por  General Brig. Gabriel Cruz González

8/XI/95  En todas las épocas la inquietud lírica, emocional, de los grandes aedos se ha objetivado en representaciones determinadas como símbolos característicos de su inspiración, y esta casi siempre ha sido dedicada a la mujer.

Merced a esta fuerza sugestiva de la mujer idealizada, de la amada que siempre deseamos, se impuso en torno de nuestra mesa de café el comentario de la convención que sobre la mujer se está desarrollando en la ciudad de Pekín, capital de la China milenaria.

Es por ello que sin conocer aún los resultados de esta reunión, los cafés otomanos ahí reunidos, creyeron conveniente que expusiera mi sentir, para elevar el símbolo intelectual aparte del sentimental que de la mujer hemos tenido.

Hay mujeres, cuyos nombres están gravados con letras de oro en las páginas invioladas de nuestra historia, que nacieron para poder encarar la vida con valor, encontrándose de momento dentro del signo de las predestinadas, dejando surcos profundos a su paso, logrando que al final de su largo sendero hicieran frente a la vida sonriendo, que han apartado los guijarros de todas las sendas, recogiendo en su alforja el dolor y el ensueño, para inquirir el sentido profundo de un ideal; encarar con un delicado grito de esperanza y así lograr conmover su momento histórico; a inquietar con un profundo ideario de servicio; a sacudir con denodado valor, con limpio empeño, haciendo frente a la vida sonriendo y destacar en las instituciones todas, mal pese a la incomprensión reinante de la sociedad que las rodea.

Por tal motivo al rendirle culto en este momento a la mujer: propongo en mi pluma la sinceridad. Y con la mente jubilosa. El corazón emocionado y la pluma barroca, empiezo por entregarles mi saludo cordial. Porque en vosotras rindo homenaje a las mujeres de mi patria . porque no hay ni puede haber superación alguna entre los hombres ni ningún lugar de nuestro desquiciado mundo – si al lado de los caudillos, de los apóstoles, de los epónimos, de los conductores todos, no brilla la dulce presencia, tierna, delicada y ejemplar de una mujer.

Sin ustedes queridas damas el hombre está en desamparo; camina a ciegas, sufre espantosa soledad y muere desesperado sin ellas – sin vosotras las mujeres- no existen ilusiones, ni suelos, ni impulsos, ni realizaciones, siempre, siempre al lado de los esclarecidos varones de la historia y a la vera de los humildes, se han abierto los brazos amorosos de una madre, de la amada, de la esposa, de la hija. Ungiéndolos con incomparables ternuras, infinitos consuelos y arrullos inefables.

México es y ha sido eterno homenaje a sus mujeres ejemplares. Desde sus aborígenes inicios, cuando el hombre reverente, llamó Xochitl a su compañera y la convirtió en flor. Y otro día, la eternizó en la altura, dormida siempre amada, y la llamó Ixtlacihuatl.

Por eso en la época colonial, una mujer supo recoger los perfumes de las flores y de los vientos de la inhollada altura, y los convirtió en verso y mirra: así nació el canto de Sor Juana, posteriormente se convirtió en lucha, fuerza y aventura, en la espada juguetona de la monja Alférez.

Tomó muchos nombres para sufrir junto a los héroes de la independencia: Josefa Ortíz de Domínguez, Leona Vicario y Mariana R. del Toro de Lazarín. Quien como una madre espartana prefirió ver tornar a su hijo “sobre el escudo y no, sin el escudo, la mujer de Pedro Moreno el insurgente, inmoló a sus hijos por la patria.

En la reforma junto a otras mujeres, maravillosas, como Soledad Mateos, que vivió las prisiones de Ignacio Ramírez y como Dolores Escalante, que amó largos años a Lafragua, otra de ellas, en angustiosa espera, Margarita Maza, hiló sus pensamientos desesperados, mientras un hombre, el indio de Guelatáo, recorría infatigable, en su carruaje, todos los senderos y trazaba el surco imborrable de la grandeza de México. Desecha en la actualidad por el abominable Salinas de Gortari al despedazar la Constitución Política Mexicana.

A la revolución fue la mujer también, abandonó el jacal y apagó las brasas de su hogar para encender el fuego de las reivindicaciones populares. Y se llamó Adelita, se llamó Valentina, se llamó Juana Gallo. Fue el más alto de nuestros símbolos: soldadera que supo cargar un niño en la espalda y supo cargar el 30=30 en el hombro delicado.

Es por eso que creemos en las mujeres de México, la insurgente primera, la reformista continuadora, la revolucionaria final. Vosotras sois el símbolo ardiente de la patria y de la justicia, esperando de todas vosotras que en lo futuro sean poetizas, escritoras, periodistas y funcionarias.

Que la facultad de poder enseñar y amar, sean vuestro camino antorcha de libertad, de entrega generosa y de superación constante, ¡Por siempre!

Van mis sueños disperos,

Por los rumbos del viento,

Enseñando a los hombres

Que es hermoso soñar.

Pero más hermoso es, con su apoyo

Realizar nuestro esfuerzo,

En beneficio de los demás.

(SINUHÉ)

 

 

 

 

 

 

 

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