Partida

DOOR copy

 

Un ambiente cálido invadía el departamento… Apenas iniciaba la temporada de invierno y tenía tantos planes para pasar contigo el rato ahí dentro.

Primero, me quedé de pie en el umbral, aspirando el aroma al café de la mañana que aún permanecía en el aire, y dejando que mi mente se llenara de él y de ti.

Dejé la puerta entreabierta y entré; mi mano recorrió la pared, hasta llegar a las flores frescas que estaban en la mesa del comedor. No las habías traído tú, era una costumbre mía renovarlas y verte junto a ellas mientras desayunabas. Era una mala costumbre.

Tomé una de las flores y la arrugué entre mis manos. Luego, la dejé caer al suelo.

 

“Perdón por ver estrellas donde no había”.

 

Pasé al guardarropa y tomé una maleta que no esperaba usar tan pronto. Al menos no sola. Lamenté profundamente el haberte forzado a vivir juntos sin caer en la cuenta de que yo quería escribir otra historia contigo, una más seria, mientras tú te burlabas de mí. Pero es que parecía que me querías.

 

“Y por ilusionarme con tus besos de papel”.

 

Comencé a tomar toda mi ropa sin poner cuidado en doblarla; entre ella, me daba coraje ver que había una tuya mezclada… Un par de sudaderas que me gustaba ponerme al dormir, y tu playera favorita que pensé, te encantaba verme con ella.

Cerré la maleta y comencé a tomar los objetos que eran producto de la fantasía que había creado yo sola. Los peluches que me llegaste a regalar, un par de aretes, las fotos que ingenuamente había acomodado en diversos marcos para que adornaran el lugar…

 

“Dicen que lo mejor para un buen adiós, es disculparse y perdonar lo que dolió”.

 

Todo, tomé todo lo que formaba parte de los dos y regresé a la habitación. No me percaté de que, con tantos sentimientos encontrados, había dejado ropa mía tirada, pero no me importó, pues mis ojos se detuvieron en la cama. Había tenido noches felices ahí. Pero después, sólo se convirtió en el lugar donde me habías traicionado. El lugar que no pudiste respetar porque a final de cuentas, yo te daba igual.

 

“Perdón por aferrarme a esta fantasía. Y hacerme a la idea de que un día tú me ibas a ser fiel”.

 

Es decir, sí, vivías conmigo, pero yo confundí amor con compañía, mientras que tú lo tenías bien claro. Y lo soporté, pero todo tiene un límite, y el mío había llegado tarde, pero por fin me aferraba a él.

Así que dejé las fotos, los peluches, las flores, las joyas… sobre la cama.

 

“Perdóname por apostar que yo podía ser el amor de tu vida”.

 

Entonces me di cuenta que no tardabas en llegar. Y no quería verte. No quería quedarme a escucharte insistir en darme explicaciones. Yo no las necesitaba.

Tomé mi maleta, mis lágrimas, mis recuerdos y me acerqué de nuevo a la puerta, pisando de paso, el amor que sentía por ti.

Entonces, noté que el aroma del café se había disipado. Sostuve la perilla y miré por última vez el lugar.

 

“Mi error fue entregarme. Mi error fue enamorarme… de un cobarde”.

 

Y cerré la puerta.

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