El decreto metafísico; periodismo ciudadano.

De: Eduardo José Alvarado Isunza

 

Ayer, después de pasar un buen rato con mi esposa en un café, experimenté una situación por demás curiosa y que por lo mismo deseo compartirles. Dicha experiencia bien podría ser confirmación de lo que algunos conocen con el nombre de “decretos metafísicos”.

Como soy científico materialista y ateo por consecuencia, desconozco exactamente a qué refiere ese término. Incluso nomás mentarlo me parece cosa de risa.

Por un amigo aficionado a eso que llaman “artes esotéricas” he oído que nuestros pensamientos son capaces de hacer que las cosas sucedan como uno desea que sucedan.

Algo así como dar vuelta a la perilla de radio y ubicar la raya en la frecuencia deseada. Según eso, si alguien desea un auto, es cosa de demandarlo a través del pensamiento, que actuaría como sintonizador,  y ya está… sale el carro.

Igual puede hacerse con cualquier otro deseo: un buen trabajo, una mujer de calendario o hasta la salud. Según eso, las cosas están allí para uno y basta con ponerse en la frecuencia adecuada. Esto claro siempre se me hecho de risa.

Bueno, hasta ayer cuando me sucedió lo que ahora les contaré. Venía con mi esposa del café por la avenida Himno Nacional y nos paramos en una esquina para subirnos al camión.

Llegó uno a los pocos minutos de esperarlo y ella me dio un billete para pagar. A pesar de que la calle estaba semioscura, pude ver muy bien que era de color rosado y nuevo.

Subió ella y luego yo. Pagué con el billete y el chofer sólo me devolvió tres pesos. Pensé que enseguida me daría el resto, que eran 30 pesos más. No fue así, pasaron algunos segundos y se hacía el  desentendido.

Entonces le pedí el faltante.
–Me dio 20 pesos –dijo.
–Era de 50 –respondí.
–Era de 20 –insistió.

Pregunté a mi mujer para sostener mi dicho:
–Era de 50 –dijo.
–Eso le digo, pero dice que no –dije ya encabronado.

El tipo me invitó a mirar en un bote hacia su mano izquierda.
–Mire, es todo lo que llevo. Son dos billetes de 20. Aquí está el que me dio.
–Debió ponerlo en otro lugar –le respondí.
–Es cuanto traigo –afirmó.

A causa de la semioscuridad y de mis propias distracciones, no había visto en dónde había puesto el billete. No dije más y me senté junto a mi esposa en un asiento detrás del chofer.

Como pasa hoy, la gente se hizo pendeja y permaneció hundida en sus pensamientos y en sus pláticas idiotas. ¿A quién le importa si roban, golpean o matan al vecino? La filosofía de hoy es mantenerse al margen.

Francamente íbamos bien encabronados. Estábamos seguros de que habíamos pagado con un billete de 50 pesos y que nos habían robado de la forma más fría  y descarada. Pasaron muchos minutos y calles.

Me grabé en la cabeza el número del camión y hacía mi nota para el Facebook: el 1011 de la ruta Perimetral que recorría la avenida Himno Nacional de poniente a oriente a las 10 de la noche en la ciudad de San Luis Potosí.
Íbamos en silencio. Ella me diría luego que hasta un calambre sintió en el pecho por el enojo. En todo el camino yo sólo llevaba un pensamiento: el billete debía aparecer en algún momento. Ella me diría después que igual pensaba.

Pasaron unos quince minutos de traslado y nosotros con un sólo pensamiento, aunque no lo sabíamos: nuestro billete debía aparecer. A la altura de la Comercial Mexicana subieron una mujer y un muchacho.

Pagaron con un billete de cien pesos. Yo iba concentrado como digo, observando cada movimiento del chofer; de modo que pude darme perfecta cuenta de cuando sacó otros billetes de la bolsa de la camisa para dar la feria al muchacho.

Me levanté como de rayo:

–¡Ahí está, llevas más dinero en la bolsa de la camisa, no que nomás llevabas dos billetes de 20 pesos en el bote!

El tipo se levantó; entonces precisé que tenía el tamaño de un refrigerador.

–Si quiere le pedimos al muchacho que nos muestre el cambio para que vea si está allí su billete.

Quizás en ese momento percibió que en su respuesta estaba la propia navaja que lo degollaría. Creo que eso miró, porque enseguida modificó su actitud.

–Aquí tiene sus 30 pesos de cambio –dijo y me dio las monedas–. Prefiero llevarlos gratis que tener problemas.
Entonces mi mujer que suele ser de carácter dulce y cariñoso, pero que también se transforma como una fiera a causa de la injusticia o del abuso, comenzó a reclamarle su conducta.

–No nos llevas “de a gratis”. No seas ladrón. Eres un cínico.

El tipo volvió a ocupar su espacio en el universo y continuó con su faena. El viaje continuó en calma y varias calles después bajamos del camión sin sobresaltos.

Cuando ya caminábamos por la calle hacia la casa, mi mujer y yo conversamos de lo sucedido. Le platiqué cómo iba concentrado en un solo pensamiento: el billete debía aparecer. Y ella me compartió su mismo pensamiento: debía haber justicia.

–Creo que es lo que le llaman un decreto metafísico –le dije.
–Sí, dijo ella. Eso creo –.

Quedamos entonces de sintonizar nuestros pensamientos para modificar nuestra existencia. Mejorar quizás nuestros ingresos, un auto no estaría mal. Una buena mujer ya no, porque tengo una. (Espero que ella no emita un decreto para cambiarme).

Luego les contaré si esto nos da otros resultados.

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