H2… ¡Oh, lluvia!

De: Diana López / revistaelite_slp@hotmail.com / diana_peke20@hotmail.com

 

Es curioso como esos largos tramos en camión provocan una serie de reflexiones y pensamientos que la vida diaria llena de ajetreos y preocupaciones relevantes, reemplaza aquellas situaciones de vital importancia.

Y sí, sucedió en el camión, de regreso a casa. Las nubes grisáceas daban un aspecto nostálgico a la ciudad; no por el tono de su color, no tengo nada en contra del gris, sino más bien por el hecho de que no ha descendido ni una sola gota de lluvia.

Así miraba a la gente caminar mientras el camión cumplía con su trayecto. Algunas, con un paraguas que no se abriría bajo el brazo y otras simplemente sin él, acostumbradas a esas tardes en las que las nubes parecen juntarse sólo por diversión para dar a la población ilusiones de que llueva, aunque sea sólo un poco.

El aire se volvía cada vez más frío, por lo que me levanté del asiento para cerrar la ventanilla.

La lluvia es la caída de agua en gotas que debido a su condensación, el vapor forma las nubes que al enfriarses cae como nieve o granizo.

Toda esta agua es de vital importancia para la preservación de muchas cosas que nos rodean, hasta de nosotros mismos. Regar los sembradíos, aumentar el caudal de ríos y presas; aquella que se filtra por suelos formando corrientes que lleguen a pozos o al mar.

Incluso gente que la recolecta en botes y cubetas para darle uso más adelante. Todo se debe aprovechar; en estos tiempos, las sequías ya abundan más que la temporada de lluvias.

Un rayo se vislumbró en el horizonte. Me acomodé en el asiento y cerré por un momento los ojos. Recordé esas épocas de niñez y de mis primeros años de secundaria donde las lluvias eran motivo para jugar y dejar que cayera el agua sobre mi. Salpicar los charcos y mojar a mis amigos y/o hermanos, algo que hacía feliz a cualquiera.

Hoy, todo eso, sólo pasa a ser parte de recuerdos, y de memorias abandonadas en un baúl que abrimos de vez en cuando.

Mi mente también regresó la los tiempos en los que cursaba la escuela primaria; esas clases de historia que impartidas correctamente llevaban al alumno a imaginar épocas en las que ni siquiera se podía pensar en tener una computadora.

Sin embargo nuestros antepasados en la época prehispánica mexicana, con el fin de alegrar a Tlaloc, (Dios de la lluvia) hacían autoflagelaciones y sacrificios masivos, especialmente con niños. Incluían rituales en demasía extremos porque tenian la creencia religiosa de que él mandaba la lluvia al pueblo.  (Una de su más famosas representaciones se encuentra fuera del museo de Antropología e Historia, en la ciudad de México).

Hoy en día, es común entre la cultura popular hacer bromas con respecto a este tipo de rituales. Recordé el más popular.

Un estrepitoso trueno me hizo reaccionar. Mi bajada estaba cerca. Presioné el botón para avisar de mi descenso al chofer.

¿Será hora de bailarle a Tlaloc para que llueva un poco? Pensé.

Bajé del camión, justo cuando una lluvia torrencial comenzó a caer.

¡Rayos! No traigo paraguas.

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