De: Diana López / revistaelite_slp@hotmail.com / diana_peke20@hotmail.com
Era una mañana más. Y otra menos. Como de costumbre, me levanté de la cama, sólo para recibir ese mensaje que nunca mandaste. Sólo para contestar esa llamada que jamás hiciste.
Sonreí con tristeza; lancé el aparato a la cama y entré al baño. El agua caliente sobre mi cuerpo abrió cada uno de los poros de mi piel. Me recordó que sigo viva.
Tallé mi cabello con el shampoo que tanto te gustaba. Froté mi piel con el jabón que se complementaba con tus besos.
Tuve una visión. Tú estarías afuera, acostado en la cama, esperándome…
Me envolví en la toalla y me acerqué al espejo. Mi mano se detuvo al tratar de desempañarlo. Observé ese corazón dibujado por tu mano y la mía hacía tan poco tiempo.
En la cocina, tu taza y la mía esperaban ser llenadas con el café hirviente de la mañana. el televisor ya sintonizaba las noticias que juntos veíamos cada día.
Y me senté sola. La taza de café giraba entre mis manos; el humo del café acompañaba mi soledad. Concentré mi mirada en la luz del sol que ya se filtraba en el alféizar de la ventana. A lo lejos, un sonido que hace mucho no escuchaba se propagó por la habitación. Era una llamada tuya. El tono que había destinado a tu número se repetía una y otra vez, mi sorpresa hizo que derramara el café, quemándome las manos.
Lancé varios improperios y contesté.
-¿Hola?- mi voz ni siquiera sonó temblorosa.
No hubo respuesta. Sólo un silencio de fondo.
-¿Hola?- dije de nuevo. No me sentí capaz de colgar. Debí hacerlo.
-Te extraño.
-¿Cómo es tu tiempo ahora?
-Te extraño…- volviste a decir.
-¿Qué hora es donde tú estás?
-Te quiero.
-Te recuerdo- finalicé y colgué.
Regresé a nuestro cuarto. Tomé el atuendo que más te gustaba. Saqué esa caja que compramos juntos. Aquella que prometimos usar. Aquella que no debimos vernos en la necesidad de usar. Observé el bonito diseño que tenía. Me perdí por un momento.
“You don’t even Know the meanings of the words I’m sorry”, susurré. Con la caja en la mano salí a la calle y el primer taxi que vi me llevó a ti.
Hacía frío. Abotoné mi abrigo rojo y esperé pegada a la esquina. Apreté la caja a mi pecho. Lloré. Lo siento, pero tus últimas lágrimas rodaron por mis mejillas.
El sonido de su risa cortó mi llanto. Abrí la caja y la tiré. Ya no la necesitaba. Levanté la mirada y los vi.
Te vi.
La vi.
Jugabas con ella. La tomaste de la mano. La besaste y acariciaste su cabello. Besaste sus hombros, su cuello, sus brazos. Su boca.
“Y sin embargo, sé que te estás acordando de mí”
Ella reía juguetonamente. Se dieron la vuelta y yo salí con ambas manos metidas en los bolsillos del saco. Las lágrimas secas aún se notaban en mi rostro.
La soltaste y corriste hacia mí.
“No vengo a arreglar las cosas contigo. Maldita sea, ni siquiera vengo a pedirte una explicación. Sólo quiero ver como eres capaz de sostenerme la mirada después de todo lo que me hiciste” pensé.
Te acercaste y me besaste como la última vez. Como aquella noche. Yo no me moví, pero te besé. Te separaste poco a poco y susurraste un “te amo”
Sonreí.
“It should be illegal to deceive a woman’s heart”
Y disparé.