Alrededor de la jaula: en el mágico territorio de lo que es difícil explicar.

Haroldo Conti, (nacido en Chacabuco, Provincia de Buenos Aires) el 25 de mayo de 1925 y secuestrado el 5 de mayo de 1976 y posteriormente asesinado) es uno de los escritores argentinos más relevantes.

Perteneció a la generación cuya actividad creadora tuvo lugar hacia la década del 60, marcada por el imperativo de que la literatura no sólo puede sino que debe convertirse en una herramienta de transformación social. Sin embargo, su estética está lejos de agotarse en este propósito: el recuerdo, la infancia, la vida en los pueblos de la Provincia de Buenos Aires, son tan centrales en su literatura como el río, las islas, el delta del Paraná y su compromiso ideológico. 

 Alrededor de la jaula (1966) es la segunda de sus cuatro novelas (Sudeste, 1962; En vida, 1971; Mascaró, 1975 conforman el conjunto de su producción novelística). Igual de trascendente es su obra en el género del cuento y las especies del relato y la nouvelle. (Todos los veranos, 1964; Con otra gente, 1967; La balada del álamo carolina, 1975). 

Alejandra Conti, su hija, me refirió esta anécdota: cierta vez el escritor extendió hacia ella sus manos conteniendo varios papeles pequeños plegados por medio de dobleces y le pidió extraer uno. Al desplegarlo leyó el breve texto allí inscripto: Alrededor de la Jaula.

De ese modo fue dado el título de la referida obra, cuya idea original surgió –también dicho por Alejandra Conti- de sus visitas al zoológico y de la fantasía de liberar a los animales cautivos.

Magia verdadera

“Este libo tiene magia. Pero no trucos. Magia verdadera, de la misteriosa, de la que es difícil de explicar” apunta Ana María Shua en la nota de contratapa de la novela mencionada, una obra tan lograda como muy pocas en la literatura: por la propuesta ficcional, las particularidades de su estilo, la hondura misteriosa de sus personajes y el singular uso del lenguaje, el tiempo y el escenario donde la narración transcurre. En ella Haroldo Conti va más allá de la especie autobiográfica y aporta, tal como lo hiciera antes en Sudeste, precisos recursos estilísticos que le permiten obtener una atmósfera y un planteo literario tan centrado en el estilo como en lo sensible. Atrapados en una soledad que los vínculos no les permiten superar, aunque sean hondos y sinceros, llevan adelante una vida donde nada es definitivo.  

En 1977 Sergio Renán, con un guion propio y de Aída Bortnik, filmó la película Crecer de golpe, protagonizada por Ubaldo Martínez,  fallecido ese mismo año (Julio César Ludueña fue Milo, Tincho Zabala hizo el papel de Lino, Oscar Viale el de Polito y Cecilia Roth el de Tita). Dicha película fue la última de Ubaldo Martínez: ello le confiere al papel de Silvestre, que el gran actor uruguayo encarnó, un aura de irremediable nostalgia y una gran profundidad: personaje y actor se despiden del mundo.

La película transcurre en idénticos escenarios que la novela, toma los mismos elementos centrales de la acción y el grupo nodal de personajes, sin embargo introduce otros nuevos, hace cambios en al menos algunos (como el de Tita y el de Polito) e incluye diálogos y situaciones que desplazan el núcleo temático y el clima de la obra literaria, centrándolo en elementos bastante ajenos a ella.

El centro pasa de ser el zoológico y los animales a la constelación de seres que habitan la zona de la costanera –con cuya referencia comienza precisamente la novela para, sólo más tarde, ser introducidos los personajes centrales, primero Milo y luego Silvestre-, con notas de pintoresquismo de las que la novela prácticamente carece.

La historia de Milo y Silvestre (no abordada en la novela) se hace explícita y la acción se plantea en base a la enunciación de las circunstancias de la vida de los personajes antes que en la pura imagen. Por decirlo así, la magia se rompe porque no queda nada por descifrar.

El presente absoluto

De Silvestre y Milo, los personajes centrales de la novela, desconocemos casi todo. Simplemente, como lectores, somos testigos de un vínculo que no sabemos cómo se originó, pero que no necesita casi de palabras. Ambos tienen una incierta vida previa que proyecta  sobre el presente su eterno misterio.

En la obra de Haroldo Conti las cosas siempre tienen un centro no revelado: la vida es una fuerza misteriosa que atraviesa accidentes a los que busca sobreponerse; no siempre lo logra. Lo que vale es el puro presente de la narración, que discurre en los largos silencios de los personajes y en sus acciones diarias: la atención de los juegos –los “cochecitos” y “las voladoras”- del sencillo parque de diversiones en el que trabajan y de las plantas que Silvestre cuida en la terraza donde se encuentra la casilla en la que viven, en la azotea de la casa de la familia Polito.

Sin embargo, mientras Milo crece la vida de Silvestre (como la del propio Ubaldo Martínez) se extingue; su declinación es un motivo que la novela introduce casi desde el principio. En la película también es así: basta ver el rostro curtido y fatigado de Ubaldo Martínez para asumir la dolorosa comprobación.

La costanera fluye como un lento río mientras la ciudad parece discurrir más allá de ese lugar  y su quietud;

“Desde el espigón del balneario con las oscuras copas de los árboles que se mecían como grandes globos se alcanzaban a ver las luces temblorosas de las ciudades del sur que se perdían en fila hacia La Plata.”  (Haroldo Conti, Alrededor de la jaula, Emecé, Biblioteca de Haroldo Conti, 2015, Buenos Aires, pág. 15)

Igual que en Sudeste, la vida de la ciudad –remota y distante- siempre es inaccesible a los personajes: transcurre lejos e indiferentemente como algo ajeno. Hemos de advertir que el concepto de ajenidad es múltiple, no enunciado expresamente pero presente en todo.

Los ecos del mundo son algo lejano y extraño, mientras se adivina que el vínculo que une a Silvestre y Milo se acerca a su final:

“Fue un lindo tiempo, si se quiere, sólo que estaba destinado a terminar, naturalmente, y el principio de uno no es más que el término de otro. Pero en éste resultaba tan claro  que pareció un recuerdo desde el mismo principio.” (Obra citada, pág. 92).

            Todo es provisional, hasta los fuertes vínculos, fatalmente destinados a ser sucedidos por el abandono y esa certeza surge apenas tales vínculos se inician.

Ajeno

Los animales del zoológico, vencidos y achacosos, están sometidos al encierro entre los barrotes que los aprisionan. Pero los seres humanos tampoco son libres y se encuentran doblegados por otro encierro en jaulas de las cuales no siempre son conscientes.

Tal es la centralidad del zoológico como símbolo. Todo lo que queda más allá: el mar, los barcos que provienen de lugares remotos y que regresarán a ellos, constituyen aquello que nos es ajeno, como el nombre dado por Silvestre a la mangosta canina con la cual establecen un misterioso y fuerte vínculo.

“La mangosta parecía más resignada con su suerte. Había encontrado un compañero de encierro. Porque la verdad es esa. La jaula podía ser bastante más grande, pero de cualquier manera uno se daba contra los barrotes.” (Haroldo Conti, obra citada, pág. 40).

La película respeta una línea de este pasaje: “Las jaulas nunca son lo suficientemente grandes”, dice Ubaldo Martínez con una voz extremadamente resignada y cálida.

En sus visitas al zoológico prefieren acercarse no a los más vistos sino a los “animales de condición más oscura” y así llegan a la jaula de la mangosta canina, más semejante a un perro que a cualquier otro animal.

Será la voz de Silvestre la que venza las reticencias iniciales del animal y establezca un vínculo, tan hondo como indescifrable, que está más allá del entendimiento común y en la secuencia final será Ajeno quien esté sabiendo que Milo ha venido a liberarlo.

Le darán el nombre en recuerdo de un perro que saltó  desde un camión y que, tras un instante de perplejidad, eligió quedarse en el parque de diversiones. Al responder a la pregunta de Polito, que pretende quedarse con el animal, Silvestre dice que el perro no es suyo sino que es ajeno, pero al adoptarlo le da ese nombre que connota aquello que ha venido de otro lugar y cuya condición es que, aunque esté con nosotros, no pertenezca en realidad a nadie.

La ajenidad es una condición de las vidas que, en esa corriente incesante, tratan de mantenerse a flote sabiendo que todo –lo bueno y lo malo- es provisional.

La libertad: una condición imposible

La novela se vale de elementos costumbristas para plantear algo que va más allá de ellos y que importa, como su otra novela En vida (1971) un postulado propio del existencialismo: la libertad como algo inaccesible, la experiencia de vida como la de un sometimiento y la provisionalidad de los vínculos humanos, doblegados por el azar o a la fatalidad.

La novela se vale de elementos costumbristas para plantear algo que va más allá de ellos y que importa, como su otra novela En vida (1971) un postulado propio del existencialismo: la libertad como algo inaccesible, la experiencia de vida como la de un sometimiento y la provisionalidad de los vínculos humanos, doblegados por el azar o a la fatalidad.

De este modo, la liberación de Ajeno, en Crecer de golpe es un hecho más que aparece algo desvinculado de la concepción costumbrista que es la impronta del filme.

En la novela, ante la muerte de Silvestre –que intuimos  presentida por Milo, quien se aleja en un largo paseo por la costanera ante tal inminencia, lo que torna a esa muerte mucho más desgarradora e imposible de sobrellevar- éste concibe la liberación de Ajeno, cuya naturaleza, sin embargo, es la enunciada por su nombre: tal vínculo –por más profundo-  será imposible.

A partir de allí la narración cambia absolutamente: el acecho, la amenaza, el frío, la física de los movimientos gobiernan -precisos, subrepticios, urgentes- una escritura antes nostálgica y contemplativa.

Si algo singulariza a Haroldo Conti como narrador es la multiplicidad de registros, de matices y de aquello implícito que nunca revela enteramente.

Sería muy extenso enumerar otras diferencias importantes, sólo habremos de señalar la más violenta de todas:

En el final, la huida con Ajeno, la movilización de las “fuerzas del orden” y lo represivo del sistema son las circunstancias que clausuran la infancia de Milo y lo someten al sistema penal. La ilusión de la libertad sólo conduce a la represión; el amor está destinado a naufragar en dolor; la redención por el amor no es posible así como tampoco la elección es posible: sólo quedan las jaulas como único ámbito.

En la película, al serle arrebatado Ajeno alguien le dice “ahora sos un hombre”, sin que exista un nexo entre el hecho de arrebatarle el animal y la adultez y su brutal comienzo.

Alrededor de la jaula plantea algo mucho mayor que el fin de la infancia, la pérdida y el principio de la adultez en un mundo hostil y ese algo que plantea es tan indescifrable como las vidas de los personajes.

El eterno planteo

La cuestión en la cual pensar es si una película debe respetar la concepción de la obra literaria –ya que si se basa en ella es por lo que puede suscitar y el universo que involucra- o puede utilizarla como punto de partida para otra cosa, en cuyo caso, el mérito propio de la obra literaria aparece en un lugar secundario ante la visión del director del filme.    

Crecer de golpe tuvo el mérito de basarse, en plena dictadura (1977), en la obra de un escritor secuestrado y asesinado sólo un año antes, valiéndose de elementos propios de una novela tan esencialmente literaria que sus aspectos más significativos resultan quizás imposibles de captar por la imagen y al hacerlo perdió lo más singular y propio de la novela, dejándonos sin embargo un recuerdo imborrable de ella.

Última imagen de Ubaldo Martínez es también un testimonio de la magia de ciertos vínculos que no necesitan palabras.

Eduardo Balestena

Fragmentos:

         “El vapor de la carrera apareció en la punta de la usina con todas las luces encendidas. No era más que eso, un montoncito de luces que aparecía a las nueve por la derecha y se deslizaba sobre el parapeto de la Costanera hacia la izquierda, entre las boyas del canal. Hasta el parapeto, a pesar de la luz macilenta de los faroles, era fácil reconocer cada cosa. Después había unas luces solitarias que flotaban a distintas alturas en medio de la oscuridad. Las luces de los barcos y las luces del canal y, arriba de todo, las luces de los aviones que salían o entraban al aeroparque, y naturalmente las luces de las estrellas. Parecían estar todas a la misma distancia, sólo que a distintas alturas. Inclusive era fácil confundir una boya blanca con una estrella.

            El vapor de la carrera cruzaba hacia la izquierda o eso parecía al menos porque observándolo mejor llegaba un momento en el cual se detenía casi en el medio y después, muy lentamente, comenzaba a trepar. De manera que nunca llegaba al otro lado, sino que de pronto desaparecía en la noche.”

            Haroldo Conti, obra citada, pág. 9

“En lo alto de la jaula, un letrero con esmalte cascado rezaba ´Mangosta canina´. Pero todos esos letreros son sospechosos. Una vez habían encontrado un jabalí europeo con un letrero que decía gato de Arabia. El letrero además era viejo, como todo lo que había allí.

El animal tenía aspecto de cachorro. Recién había aparecido en octubre. Una tarde sintieron  al fondo del sendero unos ladridos como de perro. Más bien parecía el intento de imitar un ladrido. Fue eso justamente lo que les llamó la atención. De cualquier forma, estaban seguros de haber pasado por allí otra fría tarde de agosto y no había más que la jaula pelada.

Milo  recordaría siempre esa primera vez que lo vieron, en octubre, como queda dicho. Estaba sentado en un rincón de la jaula y no se le veían más que los ojos. Al rato se acostumbraron a la oscuridad y lo vieron tal cual era. Él por su parte los observaba con una expresión muy seria, sin que se le moviera un pelo. Aquellos ojos los siguieron alrededor de la jaula y se detuvieron, también. Milo le arrojó una de las galletitas con azúcar impalpable, pero el animal siguió sin moverse.

Silvestre, que tenía una disposición especial para los chicos y los animales, se agachó lentamente, le sonrió de aquella manera que Milo tampoco olvidaría en adelante y después le comenzó a hablar en el estilo oscuro y cariñoso  que jamás pudo entender. En ese momento no existían más que él y la mangosta, el animal pareció comprender al rato  esa solicitud del hombre porque alargó el pescuezo, olfateó el aire y avanzó una pata. Después se paró, dudó otro rato, pero al fin comenzó a acercarse. Silvestre lo animaba con su voz, sin impacientarse. Su voz era un verdadero camino…

Lo que impresionaba en el animalito era su aire de desdicha. No sabía qué hacer con las patas, acostumbradas a una existencia errante, ni con sus ojos habituados a la complicada profundidad de los bosques. En cierta forma era todo eso también lo que el hombre había encerrado dentro de aquella jaula mugrienta.”

Haroldo Conti, obra citada, pág. 37/39

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