Los primeros cafés famosos en México

México te atesora en su existencia…

América te pone en sus altares

Donde brillan los procesos eternos…

 

10/XII/95 Curiosos son los datos que aportan en el crecimiento y transformación de la ciudad capital de México, la singular trayectoria de numerosos cafés, junto a diferentes tipos de sociedades culturales. Centros de reunión, los primeros, cuya presencia y persistencia no sólo avalan el tan frecuentemente violado derecho de reunión, sino a la vez, ameritan su propia razón de existir.

Merced a ellos, hombres con acusados afanes y anhelos determinados, han impulsado –y mantienen todavía- grupos con superadas inquietudes, desde la puramente cultural, hasta la de indispensable lucha política, contra toda imposición intelectual y contra todo absolutismo gubernamental.

La peculiar tertulia mexicana, casa acomodada –diametralmente opuesta a la del café- que se caracteriza por su particular medio de casi aristocrático perfil, prolifera años después de la independencia. Su hogareño espíritu, remanso de variados estetismos, es ajeno a las reuniones de tipo público posteriores, en pastelerías, neverías y bares.

Y desde luego a las de café, en que grupos intelectuales y políticos conspiran siempre. Contra todo orden imperante considerado como injusto, contra los gobiernos establecidos. Y contra sus mismo asistentes, cumpliendo con lo que se considera como “el arte de hablar mal de los amigos”.

Parece que el primer café que existió en México fue, “El Manrique”, en lo que hoy es la esquina de Tacuba y Monte de Piedad, se ideó más de una conspiración política en contra de la dominación española. Al Manrique que todavía existía en el siglo pasado, acudió, según dicen Don Miguel Hidalgo Y Costilla, con intenciones que no fueron, suponemos, las de rezar el padre nuestro.

A mediados del siglo XIX, se instalan varios cafés famosos. Época en la que tienen lugar animadas reuniones de políticos y hombres de letras. Lo mismo recoleta de la peña casera, que en la picante y alborotada reunión pública.

Al café “Progreso” –sitio en el lugar que ocupa la banca Serfín, acudían personajes como Ignacio Rodríguez Galván y Fernando Calderón, con otros grandes conservadores como José María Lafragua y Juan Díaz Covarrubias, que acaparaban la atención de todos los circunstantes.

El café “La Bella Reunión”, hoy palma y 16 de septiembre, era frecuentado por políticos y militares en servicio o retirados. Allí fue popular la figura de Santa Anna. Y en el café “El cazador” situado en el portal de mercaderes, se escucharon los más diversos temas. Poníase en tela de juicio la rebelión en contra del gobernador de Guadalajara, López Portillo, movimiento que después se extendería contra su alteza serenísima: alguien estaba en contra de la caída de Arista y otro, comentaba el golpe de estado de Cevallos. En este café, Justo Sierra meditó muchos de sus partos literarios.

Surgieron también –venturoso nacimiento- las primeras sociedades culturales, anteriores a la reforma. La Academia de San Gregorio, la Sociedad Pública de Lectura fundada por Fernández Lizardi, el primigenio Instituto Nacional, una academia fundada por el P. Heredia y la Sociedad de Geografía y Estadística, todas las cuales adquieren brillo propio, aun cuando quizás no tanto, como la famosa Academia de Letrán, que en 1836 integraban entre otros, los Lacunza, Tornel, Collado, Quintana Roo, Prieto y Gorostiza. Célebre ingreso y célebre miembro fue Ignacio Ramírez, “El Nigromante”, allí se firmaron los genios y los ingenios de la época, en la que puede decirse, empieza a florecer la literatura nacional.

Después crecieron el Ateneo Mexicano –en 1840- y el Liceo Hidalgo en 1850 tras los cuales, proliferan institutos, academias, colegios y sociedades científicas, históricas y culturales de todo género. Algunas de gran importancia como la Academia de la Lengua, aun cuando no lo justifique.

Fueron famosas también las tertulias en las casas de Vicente Riva Palacios y Martínez de la Torre. Y en las “veladas literarias”, en la casa de Ignacio M. Altamirano. Se afirma que este recogió en un libro, ya de extrema rareza, las crónicas de aquellas veladas. Tan extraordinarias como la muy célebre de Rosario de la Peña que congregó a Manuel Acuña, Flores, Ramírez, Altamirano, Lafragua, Prieto, el genio de dos ríos, José Martí y hasta el adolescente Luis G. Urbina.

En tanto, en los corrillos cafetómanos de los viejos verdes, narra “Fidel”, se referían “ya a los ingeniosísimos robos de Martín Garatuza, ya a las chispiantes coplas del negrito poeta, ya a los agudísimos dichos de la Güera Rodríguez, ya a las rarezas del doctor Luciano Cortés que pasaba horas enteras en el mercado estudiando actitudes, las costumbres y el lenguaje de los léperos”… ¡Que curioso! La misma inquietud llevó a los cafés literarios, en 1958, al arquitecto Armando Jiménez Farías, para comentar una recopilación que después publicó con el título “Picardía mexicana”.

Estas peñas de México,

Estas alturas para jóvenes espigas,

Se encuentra la verdad acrisolada…

Para mediarla hay que estar despiertos

Y tener corazón y resistencia,

Hay que llegar muy alto para superarse,

Y encontrar las peñas de México…

café progreso

 

(Sinuhé)

 

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