¿Qué es la semilla del fracaso?


REFLEXIONES VALIOSAS.


La más fuerte sensación interior que impide el avance, que frena el flujo de vida, que merma la energía vital, no es otra cosa sino lo que consideramos “un fracaso”. Pero, ¿Qué es exactamente?
Amable lector, tocamos aquí una de las fibras más sensibles de la existencia humana, de la esencia de la vida personal. Inducidos por la masa cultural hasta acostumbrarnos a pensar y sentir, del modo colectivo, y aún más, a “rendirle culto” a esa enorme disforma del ego colectivo que controla, manipula y envilece al ser humano, al individuo, partiéndolo en pedazos, fragmentando su consciencia.

Damas y caballeros, antes ustedes, ¡Su señoría “el fracaso”!
¿Qué significa fracasar? Hace algunas décadas era frecuente escuchar “fracasó en su matrimonio” y muy curiosamente se referían a una mujer. ¿Leyó bien? La causa de la ruptura matrimonial era la carga social para la mujer, mientras para el varón era la circunstancia financiera, la proveeduría: formándose así patrones no de conducta sino de demostraciones sociales. Mujer fracasada era aquella que había tronado en su matrimonio. Hombre fracasado era aquel que no demostraba poderío económico o al menos alguna forma de poder por su posición social. Ahora entendemos claramente la encarnizada lucha de los varones “por un hueso” en el trabajo y la abnegada sumisión de las mujeres “por conservar su matrimonio”. Ellos, sin importar el honor ni principio alguno de honestidad, lo que importaba era la posición socioeconómica. Ellas, sin importar si estaban deshechas por dentro y golpeadas por fuera, engañadas, pisoteadas y humilladas, pero en jaula de oro.
Aquí heredamos dos posturas a comprender, muy tergiversadas, por cierto: el éxito y el fracaso.

En esta era de liberación, o al menos de inicio de la liberación; podemos hablar sin los prejuicios que confinaron la libertad en todas las épocas del pasado.

Quebrantar una expectativa violando los códigos de origen en la relación humana, es decir, “fallar, fallarle al otro, fallarse a sí mismo” conlleva una fuerte carga emocional que culmina en el desánimo, en la desmoralización, en la pérdida de fe, en la obnubilación del entendimiento… No hay razones que expliquen el mundo de “porqués” que se plantea la persona quebrantada y comienza la autodestrucción porque se carga de una dosis de autoculpabilización. Preguntas como: ¿Por qué lo hice? ¿Por qué lo permití? ¿Por qué no lo detuve? Y a eso siguen las afirmaciones lacerantes de inflexión personal, como: “Soy una estúpida, soy un imbécil” y se dicta con todas las letras en mayúsculas, dejando una profunda huella en la mente y demoliendo la ya fragmentada autoestima. Ahí comienza el fracaso; no antes.

Amig@ lector; el fracaso no es la ruptura de la relación, no es tampoco la circunstancia financiera o el negocio fallido ni la pérdida del estatus. El fracaso es la fragmentación de la autoestima, la pulverización de la estructura moral, el derrumbe de los valores, aquellos que con cariño se dieron de beber en el hogar, con pureza, con dogma religioso incluido; pero, algunas veces también pisoteado y a veces traicionado por ausencia de ejemplo constructivo. Hoy, es comprensible sentirse roto. ¡Pero NO es malo!
Mi querid@ amig@ lector. ¿No son las mismas piedras que destruyen con las que se pueden construir los muros del hasta aquí o los puentes del autoperdón? No hay fracaso sino cuando se desmorona en fragmentos esa fortaleza interna, pero ¿Sabe? Es bueno mirar esa pedacería para que observe ahora y elimine aquellos que no le servirán para la reconstrucción. ¡Ahora usted elige! ¡Usted toma el gobierno de su vida! ¡Porque para reconstruir, es necesario destruir!

¿Difícil? Puede ser. ¡Pida ayuda! Ayuda real de crecimiento, no sea del club de los fracasados porque ahí sólo rumiarán las ofensas queriendo ahogarlas con bocanadas de humo de diversas sustancias que impiden el flujo de la energía constructiva y hunden de manera peor. Solicite audiencia con quien ya ha superado esos atascos, con quien brille de paz, de luz en su andar y cuya mirada sea pura, cristalina y siembre fe en su corazón con el alivio de la palabra, de la voz, del afecto. En fin, pídale a esa luz interior de su llama personal, que le guíe en esa decisión. No pida soluciones, no ruegue porque le resuelvan… agradezca por la ayuda, aprecie el tiempo y la dedicación de quienes le escuchan. Sea benevolente y aunque no lo crea, agradezca por el quebranto porque -créame- es la única forma de crecer espiritualmente y evolucionar hacia la paz que tanto anhela.

Para que una semilla germine, es necesario que sienta la presión encima de ella y que la humedad rompa sus cáscaras para brotar en un ser nuevo, de la misma esencia, pero nuevo, diferente… capaz de compartir sus frutos para la alimentación de otros seres de la creación. ¡Usted es una semilla!
Por ahora, reciba un “abrazzo” de su amigo, Ulises Franco. ADN° en acción.

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